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Los representados no representados

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OPINIÓN- ¿Qué pasa cuando uno deposita su confianza y por ende su voto en un representante (por lo que dice hará en su gestión), y éste termina tomando otro rumbo y hasta opuesto cuando accede a un puesto político?

La pregunta dispara muchas otras, algunos que otros bosquejos de respuestas, y análisis de los más variados. Lo primero que debemos tener en cuenta es el sistema de representatividad que se plantea en la Constitución Nacional Argentina en su artículo 22. Allí se especifica que “el pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución”. Y aunque siempre hubo quienes se opusieron a esta idea, es la que acató el país hace ya más de un siglo y medio.

Pero, ¿qué pasa cuando las promesas realizadas por un presidente, un diputado, un senador, un gobernador, o un intendente no se cumplen, o una vez en el poder deciden ir por un camino distinto al prometido?

Durante años trató de ponérsele un nombre a ello; la gran mayoría lo llama “estafa electoral”. No existen al momento herramientas democráticas que permitan sancionar ese accionar de los representantes. Y ¿hasta mientras? Hasta mientras, el sabor amargo de una decepción.

En algunos ciudadanos, tal “estafa” deviene en la elección de otra persona que los represente en los siguientes comicios. Son los que aún tienen esperanza o un mínimo de ella en la política como herramienta de transformación. Otros, en cambio, pasan a descreer totalmente en la misma, cansados de las mentiras y heridos profundamente en sus creencias respecto a este sistema que plantea la democracia argentina.

Allí reside el problema central, sobre todo en un momento histórico donde nuevamente la política vuelve a estar en el centro de la tormenta respecto a la creencia en ella. Y no es que sea la primera vez que está en crisis…pero cuando lo está, los políticos que son los representantes de la ciudadanía deberían tener más en cuenta sus reclamos y dejar de responder a otros intereses. No hay que ser necios ni inocentes; se sabe perfectamente que, por ejemplo, un diputado en la gran mayoría de los casos responde a su gobernador de turno (en el caso de que sea oficialista en esa gestión provincial), aunque vaya en contra de sus representados.

Ese juego peligrosísimo, cada tanto se pone en jaque. Y los riesgos son altos cuando día a día se suman más simpatizantes de un político enojados con él porque dejó de representarlos en los intereses para los que fue justamente elegido. Es ahí, y precisamente en ese momento, cuando no solo el voto vale, sino la participación activa de los ciudadanos, que hacen valer su representatividad.

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