Quien no se ha emocionado alguna vez con el final de una película, cuando el protagonista muere, o se queda sin el gran amor de su vida, o cuando sus sueños quedan frustrados por los reveces de la vida.
Quien ha visto Los Puentes de Madison no puede decir que el final no es emocionante. Algunos habrán sentido una fuerte presión en el pecho, otros un nudo en la garganta, otros, como yo, las lágrimas brotan como cataratas enfurecidas desde lo más profundo del alma, pero es innegable que algo pasó adentro nuestro.
Creo que lo que nos hace llorar o todo aquello que nos emociona es porque nos pone frente a una situación que refleja la vida misma, que refleja parte de nuestro interior y de nuestras experiencias. Quien no se ha encontrado alguna vez entre dos caminos, parado en medio de dos rutas diferentes totalmente y que la decisión de cual tomar es solo nuestra y que eso determinará nuestra vida.
La película de Clint Eastwood nos retrata ese punto en la vida de una persona en la que sus decisiones determinaran toda su vida. Un ambiente lluvioso pone más dramatismo a ese final tan esperado y en el que, Francesca, la protagonista, debe decidir si quedarse con su esposo o irse con el amor de su vida, Robert Kincaid, un fotógrafo, que en busca de paisajes para capturar con su cámara, llega a un pequeño pueblo en donde se enamora de una ama de casa que nunca vivió la vida que quiso.
En esa escena, la camioneta del fotógrafo queda delante de la de Francesca y su marido en un semáforo. Robert pone el guiño hacia la izquierda y Francesca toma la manija de la puerta para abrirla e irse con él, los segundos se detienen en ese momento en donde, dentro tuyo quieres gritarle que se baje, que se vaya con él, que no se postergue, que sea feliz…imágenes del guiño, de la mano de ella en la puerta, de él mirándola por el espejo retrovisor, las lágrimas rodando por el rostro de ella y la sensación de querer salir corriendo, dejar todo atrás y empezar la vida que siempre quiso.
Y en esa situación estamos cuando nos damos cuenta que miles de veces nos encontramos en situaciones similares, en donde tenemos que elegir nuestra felicidad o el bienestar de los demás, elegir entre lo que la sociedad quiere de nosotros, lo políticamente correcto o lo que nos hace bien a nosotros mismos.
Muchas veces nos preguntamos que haríamos si nos dicen que en un mes se acaba el mundo, las respuestas que he escuchado al respecto son muchas, pero siempre se trata de hacer lo que de otra manera no haríamos: irnos de viaje, abrazar y besar a todas nuestras personas amadas, gustarnos todo nuestro dinero en algo alocado, tirarse en paracaídas. La pregunta sería ¿Por qué no hacer todo lo que uno quiere por más que el mes que viene no se acabe el mundo? ¿Por qué se tiene que acabar el mundo para ser realmente felices? Creo que la respuesta es tan simple que nos da miedo responderla.