Soy de esa generación que nació con una democracia incipiente, que creció escuchando la frase “no te metas” de adultos que vivieron en dictaduras y no supieron o no quisieron luchar por un mundo mejor. No tuvimos referentes revolucionarios ya que todos fueron asesinados por represores de ideas.
Escuché hasta el hartazgo que una mujer con muchos hijos es una “negra ventajista que sólo quiere cobrar planes”, cuando en realidad la sociedad y la desinformación la llevaron a no saber cómo cuidarse, porque una civilización con supremacía católica dice que los medios anticonceptivos y el aborto son moralmente desaprobados.
Soy de esa generación que creció pensando que la delincuencia y la drogadicción son culpa de los “choros” y “drogadictos”, y que se merecen lo peor. Pero nunca me dijeron que es culpa del estado y de los sectores de poderosos que no le dieron las mismas posibilidades a todos de acceder a estudiar, a la salud, vivienda, vestimenta y alimentación.
Hoy mi generación es el futuro que tantas veces me dijeron que sería, y lo que más veo es desinformación, crítica, personas que desean la muerte del prójimo ya que los medios monopólicos de la información les hacen pensar que la culpa es de su vecino, del delincuente, de la mujer con hijos, de los desempleados; cuando en realidad la culpa es de ellos. La culpa es de la mala distribución de las riquezas, la culpa es del capitalismo salvaje que lleva a que los seres humanos seamos sólo fuerza de trabajo, sin necesidades ni sentimientos.
Soy de esa generación que hoy dice que “un hippie roñoso está muerto porque no trabajaba y metía las narices en donde no debía”. Soy de esa generación que dice que los mapuches que reclaman lo que les pertenece son grupos violentos. Soy de esa generación que dice que los discapacitados no deben ser mantenidos por el estado y que a los jubilados no se les tiene que “regalar” los remedios y que deben ganar menos.
Pero todo eso lo creemos porque es lo que nos hacen creer, y mientras nosotros nos peleamos unos con otros, los poderosos hacen del mundo lo que quieren y lo que les conviene robándonos los sueños, el futuro, las esperanzas.
Nos hacen creer que luchar por lo que nos corresponde nos convierte en guerrilleros que atentan contra la seguridad de un país y que debemos ser reprimidos. Nos hacen pensar que un mapuche está muerto porque era un violento. Nos hacen querer sólo nuestro bienestar individual y no el del conjunto.
Hoy el estado sólo responde a los intereses de un país que se está apropiando de los recursos del mundo entero a costa del sufrimiento del más débil, del desprotegido, del trabajador que siempre está abajo y nunca progresa.
El estado al servicio del poder financiero nos está dividiendo para poder hacer de las suyas. Como dijo alguien alguna vez: “divide y reinarás”. Pero alguien más sabio también dijo “que los hermanos sean unidos, esa es la ley primera, sino los devoran los de afuera”. Y eso es lo que nos está pasando. Nuestras desuniones nos están llevando a ser presa fácil del capitalismo desmedido, de un sector que sólo quiere más y más dinero, más y más poder.
Unidos en un grito podemos ser mejores y podremos desarticular los planes de destrucción de los grandes monopolios del poder. Respetándonos mutuamente llegaríamos más lejos, como un solo bloque de igualdad y comprensión, capaz de hacer de este un mundo mejor.